Monday, January 02, 2006















Encerrado en un angosto pasillo deambulaba entre las sombras y el polvo de aquella iglesia.
Ningún alma en pena sufria tanto como ese espectro gris condenado a vagar en un limbo de sombrias y vagas formas inertes.
Cuando alguna persona lo atravesaba abria sus ojos y se aferraba a la luz que emanaba, intentaba encontrar la salida, encontrar fuerzas para escapar de esa inenarrable tortura.
Ella subió la escalera de caracol y se adentró en sus dominios sin saberlo.
Ella sentia algo a su izquierda, se sentía incómoda sin saber porqué, se giró pero no habia nadie, nadie aparentemente. Siguió adelante por el pasillo hasta llegar a esa puerta que daba a la balconata, se sentia observada, intimidada. Se giró de nuevo. Nada. Nadie.
Su presencia era cada vez más intensa, ella se sintió sacudida por una fria corriente de aire que le tocaba la nuca y el rostro y se asustó un poco. Fué el comienzo de la pesadilla, él olia su miedo y de eso se alimentaba, su miedo le daba energías porque se las robaba a ella, siempre se nutren de nuestras desventuras en la noche y se adentran en nuestro cuerpo para robarnos la vida. La vida que se nos regaló al nacer ellos nos la arrebatan en un descuido, de un golpe en la cabeza nos aparcan y nos poseen. Entonces eres su presa, su esclavo, dan rienda suelta a sus desenfrenos y sus odios y dificilmente puedes hacerles frente, pero ella era especial. Ella era muy especial, nunca iba sola, nunca la dejaban de lado, ellos, la protegían desde siempre.
Ella comprendió la situación y encaró sus temores. Al retomar las riendas de la situación él se confundió, y ella cerró los ojos para percibirle con claridad. Se vieron y ella le sonreia.
Su intensa mirada de amor le confundia y le convirtió en polvo gris que se desvaneció en medio de una luz cegadora que provenia de lo más alto y transmutaba su cuerpo. Una luz reconfortante que se introducia por cada poro de su piel para abrir las enormes alas blancas que permanecian ocultas a todos. Ella era especial, muy especial, su mirada era de otro mundo, era un mesajero.
Todo terminó en silencio, regresaba ligera por el angosto pasillo envuelta en un resplandor destelleante y atravesando todos los límites desapareció sonriendo mientras escuchaba la voz del amado en su corazón deleitándola con su reclamo de gozo siempre renovado.

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